El caso de la niña británica de cuatro años Madeleine McCann, o el de los canarios Yeremi Vargas y Sara Morales, son algunas de las desapariciones que en 2007 -y desde 2006 en el suceso de Sara- han llenado páginas y páginas de los diarios, pero, ni mucho menos son los únicos. Aquí, en Sevilla, vemos estas desapariciones como hechos alejados a nuestra ciudad, a lo cotidiano. Portugal, las Islas Canarias... No obstante, un total de 635 casos de desaparecidos inundan las bases de datos tanto de la Guardia Civil como de la Policía Nacional. Desaparece un menor
La desaparición de un menor es siempre inquietante porque la mayoría de ellos no tienen todavía autonomía propia para desenvolverse en circunstancias adversas. Empieza el trabajo. Una persona denuncia la desaparición de su hijo a un coche patrulla que circula por el lugar. Ese coche avisa a todos los demás patrulleros, que en ese momento se encuentran de servicio, de las características físicas del desaparecido -que ya ha proporcionado el denunciante- y se comienza a rastrear la zona. Por suerte, más del 80 por ciento de las denuncias se resuelven a las pocas horas.
Se da el caso de que el menor se ha ido a casa de un amigo, que ha salido al parque y vuelve a la hora de cenar, o se ha perdido pero un coche de la Policía o de la Guardia Civil lo ha logrado localizar en un perímetro no muy lejano al lugar de donde desapareció. Si bien, el resto de los casos requieren de un dispositivo de búsqueda más amplio y específico. Y es que, si ese primer rastreo ha resultado negativo, se empieza a pensar en otro tipo de que no sea la mera distracción del niño -de tipo criminal-, por lo que, se intenta averiguar qué personas han podido llevarse al menor.
Se comienza por un interrogatorio al núcleo más cercano del niño, padres y hermanos, aunque si éstos no desprenden nada sospechoso se amplia al resto de familiares, conocidos y vecinos, además, de intervenir las cámaras de seguridad de distintos comercios, de tráfico, etc., y de realizar un rastreo más profundo.
El tercer paso corresponde a la realización de otro tipo de gestiones como pinchar las líneas telefónicas, pedir datos de posibles sospechosos a las Administraciones precisas, etc., en general, todo lo que conlleva una labor de investigación más a fondo.
Tras estos dispositivos, en Sevilla, la Policía Nacional y la Guardia Civil consiguen localizar y reintegrar en sus familias cerca del 97 por ciento de los desaparecidos. «No tenemos casos preocupantes, y la mayoría de ellos los resolvemos bastante rápido», aseguran los agentes de la Unidad Orgánica Judicial de la Guardia Civil.
Sin embargo, a lo que Sevilla y su provincia se refiere, ese 3 por ciento de menores que no aparecen tiene que ver con los que se escapan de los centros de menores, que en su mayoría suelen ser menores inmigrantes. «Tenemos en la base de datos a 9 desaparecidos en 2006, y 3 en 2005, que corresponden a menores extranjeros que huyen de los centros de acogida», explican los agentes de la Guardia Civil, quienes aseguran que se escapan porque vinieron a España con el fin de llegar a otras ciudades europeas. «Conversamos con los educadores y otros menores extranjeros de los centros y nos explicaban que éstos les habían trasmitido su intención de marcharse».
Tras la huella del adulto
En el caso de las desapariciones de personas adultas, en Sevilla, tal y como afirma el jefe de Homicidios de la Policía Nacional, la labor de investigación toma otro color. Como en el caso de los niños, en primer lugar se rastrea la zona de la que se le vio por última vez y se interroga a las personas de su entorno. Paso seguido se «extrema la vigilancia en las salidas de las ciudades, aeropuerto, estaciones de trenes y autobuses, así como la utilización de las tarjetas de crédito, ya que son muchos los que simplemente deciden abandonar su hogar», asegura.
Por otro lado, están las personas mayores que se desorientan debido a una pérdida de memoria. El único caso que en 2004 la Guardia Civil no pudo resolver fue el protagonizado por Francisco G.G., un hombre de 63 años, que se escapó y desorientó de un centro de salud mental el 18 de marzo de dicho año. Francisco, sin familia, necesitaba por una parte de alguien para poder andar y por otro una medicación diaria, aún así, se fugó de un centro de Cáritas de salud mental que hay en Carmona.
El coordinador regional de Cáritas dio el aviso a la Guardia Civil, y esta montó un dispositivo para intentar localizarlo: se rastreó toda la zona con perros y helicópteros, se hizo hincapié en los pozos y zanjas que pudiera haber por los alrededores, se preguntó a vecinos y posibles testigos de establecimientos cercanos al centro, pero nunca más se supo de Francisco. La Guardia Civil no espera ya un buen desenlace para este caso, sin embargo, «algunos vecinos del pueblo, de vez en cuando, llaman porque han creído verlo», afirman los agentes de la Unidad Orgánica.
La desaparición de un menor es siempre inquietante porque la mayoría de ellos no tienen todavía autonomía propia para desenvolverse en circunstancias adversas. Empieza el trabajo. Una persona denuncia la desaparición de su hijo a un coche patrulla que circula por el lugar. Ese coche avisa a todos los demás patrulleros, que en ese momento se encuentran de servicio, de las características físicas del desaparecido -que ya ha proporcionado el denunciante- y se comienza a rastrear la zona. Por suerte, más del 80 por ciento de las denuncias se resuelven a las pocas horas.
Se da el caso de que el menor se ha ido a casa de un amigo, que ha salido al parque y vuelve a la hora de cenar, o se ha perdido pero un coche de la Policía o de la Guardia Civil lo ha logrado localizar en un perímetro no muy lejano al lugar de donde desapareció. Si bien, el resto de los casos requieren de un dispositivo de búsqueda más amplio y específico. Y es que, si ese primer rastreo ha resultado negativo, se empieza a pensar en otro tipo de que no sea la mera distracción del niño -de tipo criminal-, por lo que, se intenta averiguar qué personas han podido llevarse al menor.
Se comienza por un interrogatorio al núcleo más cercano del niño, padres y hermanos, aunque si éstos no desprenden nada sospechoso se amplia al resto de familiares, conocidos y vecinos, además, de intervenir las cámaras de seguridad de distintos comercios, de tráfico, etc., y de realizar un rastreo más profundo.
El tercer paso corresponde a la realización de otro tipo de gestiones como pinchar las líneas telefónicas, pedir datos de posibles sospechosos a las Administraciones precisas, etc., en general, todo lo que conlleva una labor de investigación más a fondo.
Tras estos dispositivos, en Sevilla, la Policía Nacional y la Guardia Civil consiguen localizar y reintegrar en sus familias cerca del 97 por ciento de los desaparecidos. «No tenemos casos preocupantes, y la mayoría de ellos los resolvemos bastante rápido», aseguran los agentes de la Unidad Orgánica Judicial de la Guardia Civil.
Sin embargo, a lo que Sevilla y su provincia se refiere, ese 3 por ciento de menores que no aparecen tiene que ver con los que se escapan de los centros de menores, que en su mayoría suelen ser menores inmigrantes. «Tenemos en la base de datos a 9 desaparecidos en 2006, y 3 en 2005, que corresponden a menores extranjeros que huyen de los centros de acogida», explican los agentes de la Guardia Civil, quienes aseguran que se escapan porque vinieron a España con el fin de llegar a otras ciudades europeas. «Conversamos con los educadores y otros menores extranjeros de los centros y nos explicaban que éstos les habían trasmitido su intención de marcharse».
Tras la huella del adulto
En el caso de las desapariciones de personas adultas, en Sevilla, tal y como afirma el jefe de Homicidios de la Policía Nacional, la labor de investigación toma otro color. Como en el caso de los niños, en primer lugar se rastrea la zona de la que se le vio por última vez y se interroga a las personas de su entorno. Paso seguido se «extrema la vigilancia en las salidas de las ciudades, aeropuerto, estaciones de trenes y autobuses, así como la utilización de las tarjetas de crédito, ya que son muchos los que simplemente deciden abandonar su hogar», asegura.
Por otro lado, están las personas mayores que se desorientan debido a una pérdida de memoria. El único caso que en 2004 la Guardia Civil no pudo resolver fue el protagonizado por Francisco G.G., un hombre de 63 años, que se escapó y desorientó de un centro de salud mental el 18 de marzo de dicho año. Francisco, sin familia, necesitaba por una parte de alguien para poder andar y por otro una medicación diaria, aún así, se fugó de un centro de Cáritas de salud mental que hay en Carmona.
El coordinador regional de Cáritas dio el aviso a la Guardia Civil, y esta montó un dispositivo para intentar localizarlo: se rastreó toda la zona con perros y helicópteros, se hizo hincapié en los pozos y zanjas que pudiera haber por los alrededores, se preguntó a vecinos y posibles testigos de establecimientos cercanos al centro, pero nunca más se supo de Francisco. La Guardia Civil no espera ya un buen desenlace para este caso, sin embargo, «algunos vecinos del pueblo, de vez en cuando, llaman porque han creído verlo», afirman los agentes de la Unidad Orgánica.
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